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MIS DIABLOS Y DIABLESAS

domingo, 6 de diciembre de 2009

DEJENNOS EN PAZ PESAOS

este articulo no tiene desperdicio y lo pego tal cual lo he leido es la pura y dura realidad de lo que nos esta pasando y lo que desgraciadamente nos pasara
¡Déjenos en paz, ‘pesao’!

Si usted cree, buen lector, que lo ha visto todo o lo ha padecido todo, no; nada de eso. Siéntese y atienda. El Gobierno, por medio de la Fiscalía de Seguridad Vial, está preparando la siguiente fechoría: una ley que permita realizar controles de alcoholemia ¡¡¡a los peatones!!! ¿Hay quien de más? Zapatero y su cuadrilla (en el sentido, por Dios, más bilbaíno del término) son un grupo de incapaces, eso ya lo denuncia hasta Prisa. Tienen a España bajo mínimos económicos, y como salga el Estatut, sencillamente la tendrán literalmente rota. Zapatero ya ha dicho que volvería a votar el texto que consagra a Cataluña como nación, y ya ha presumido esta semana, por otra parte, con que hay que felicitarse porque noviembre no arrojara al Inem más que sesenta mil parados más. Es decir, que de gobernación, mejor no hablar. ¿O sí? Del Alakrana, qué quieren que les digamos: los militares están abochornados por el ridículo papel que Zapatero, De la Vega, Moratinos, Chacón y el JEMAD les han hecho hacer. Como este Gobierno es pacifista no dispara ni siquiera al enemigo; si viviera Gila y no fuera socialista (antes fue franquista de los de aquí-doblo-yo-el espinazo), contaría el episodio de la Armada persiguiendo con tirachinas a los piratas. Para caerse (nosotros sí, que no somos bucaneros) de risa. Los militares sin embargo no están precisamente para ruidos; les hablas y se cuadran para no decir lo que piensan de la señora Chacón. Este Estado que nos oprime Pero mis preferencias de este domingo no marchan por narrar, en toda su extensión, la labor del Gobierno. Mejor, también, la contarían Tip y Coll. Retomamos el hilo. Ahora mismo, la Fiscalía de Seguridad Vial que dirige Bartolomé Vargas, otrora, parece, individuo sensato, y la Dirección Generalde Tráfico del estrambótico Pere Navarro, estudian, con ahínco inusitado, una normativa que permita averiguar el alcohol de los viandantes; es decir, que usted pasa en una noche de primavera o verano, o del reciente otoño que ha sido así de caluroso, de la acera de los pares a los impares, se acerca un agente con el pirindolo y le espeta: “Sople aquí, a ver cómo va de tinto”. Los persecutores ya van avisando de que la iniciativa va a triunfar porque en las ciudades los peatones son tan culpables de los accidentes como los propios conductores. Claro está que, además, los agentes de la porra (los municipales no son de defensa del ciudadano, sino de ataque) van a contar para perpetrar semejante jugarreta, con instrumentos auxiliares: unas cámaras callejeras que vigilarán si usted hace meandros y si por tanto es sospechoso de haberse endilgado una copa de más.

La tontería del Gran Hermano de Orwell es un juego de Geyper al lado de lo que nos volantistas como si tuviéramos rota una ceja, nos sube ahora, por decreto, la temperatura en verano y nos la baja en invierno, quita los bélicos crucifijos de las escuelas y conserva los retratos del enorme profeta Mahoma, nos corta el Internet, y ya para colmo, acosa a los transeúntes porque son unos miserables filoasesinos que provocan accidentes por doquier. Y yo pregunto: pero, ¿quiénes se han creído estos tíos que son? No se conforman con gobernarnos, o lo que sea que están haciendo, es que quieren salvarnos, o ametrallarnos, que para el caso es igual.

Plan fin de semana

A base de crear problemas donde no los hay, y de inventarse polémicas para tapar sus escandalosas vergüenzas, este entrometido gobierno está alterando de tal forma la vida de los españoles que, esta vez sí es verdad, ya no va a conocernos ni la madre que nos parió. Por cambiarnos, nos está modificando nuestros usos más sencillos y nuestras costumbres más nobles. Los bares, que han sido en la vida de nuestra Historia desde lugares de simple libación hasta centros culturales, ya van a ser locales sin humo, pero sin clientes, porque, díganme: ¿qué trabajador no echa un cigarrito después de soplarse con delectación un Soberano?

El ciudadano que tenga la desgracia de tener un amigo fumador se puede ir despidiendo de su complicidad porque con él ya no podrá ir más que a la puñetera calle. Un fumador es para Salgado, Trini y demás redentoras, un tóxico andante al que hay que perseguir hasta el cotolengo. O sea, que el plan del viernes-noche para cualquier patriota que intente olvidar el resto de la semana, será el siguiente: aparcará su coche con cuidado porque los guardianes de la inmovilidad medirán si su vehículo traspasa centímetro y medio la raya autorizada; acudirá a un bar o restaurante que parecerá un gimnasio con olor a Linimento Sloan; allí se cocerá como en una sauna en julio (26 grados) y se pelará (20) en invierno; pedirá medio vasito de Rioja para no dar gramos en el chivato; se guardará de comer carne roja porque está atiborrada de colesterol del malo; renunciará la Güisquilabel porque los grandes alcoholes trituran el hígado, que lo ha dicho la esbelta Trini; se fumará la servilleta porque será lo más blanco que encuentre en derredor; saldrá con cuidados mil, no vaya a ser que tropiece y la cámara callejera interprete que usted está como una cuba; al llegar al semáforo, mirará a diestra y siniestra por si le acosa un guardia disfrazado de canario y le mete un tubo traqueal para saber si se ha bebido un chupito de aguardiente; y finalmente, cuando llegue a casa si ha logrado sobrevivir a todas estas trampas gubernamentales, se tirará en la cama y bufará: “¡J…., esto no hay quien lo soporte!”

No es broma
. Esto nos espera y, encima, lo pagamos nosotros con más impuestos que un sueco de Olof Palme. Lo hacen, a mayor abundamiento, para redimirnos, lo que recuerda a aquellos frailes de nuestra infancia que tras arrearnos un sopapo de sí te menees, nos incriminaban con tonillo curil: “Y que conste, que lo hago por tu bien”. Y es que lo dicho: no hay cosa peor que un socialdemócrata con iniciativa… o, sí, hay algo peor: un radical en coche oficial, vulgo Zapatero, Fernández o Salgado. Es tan gorda la pifia que está cometiendo Zapatero con España, que aquí, los de a pié, a lo peor no nos damos cuenta de lo que están domésticamente haciendo con los que les sufrimos. Tiene Zapatero, como los orates pueblerinos, la misión de transformarnos porque, hasta su llegada, éramos unos paletos enfangados en la cera de las iglesias. Este personaje es malo de toda maldad, incluida la social, que la otra es más patente que las ojeras de la ex-señora de Jesulín, y está a punto de pregonar, como su defenestrado (en los crucifijos)Jesucristo: que “vino al mundo y los suyos no le reconocieron”. Ya le hemos dicho de todo, por tanto únicamente nos queda esto: “¡Déjenos en paz, pesao!”

fuente:

http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/opinion/dejenos-paz-%E2%80%98pesao%E2%80%99

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